La Barriada/Martín Aguilar/El que se enoja, pierde

La permanente irritación del presidente Andrés Manuel López Obrador obedece a una situación que le afecta lo más profundo de su ego popular.

 

Según diversas fuentes especializadas en manejo de movilizaciones y concentraciones, la marcha del 13 de noviembre en defensa del INE fue histórica.

 

Tan solo en la Ciudad de México, estimaron en 850 mil los participantes en defensa de la democracia.

 

Pero si se le suman las concentraciones en 44 ciudades del país, la cifra asciende a más de 2 millones.

 

A su vez, la marcha del 27 de noviembre, convocada por el presidente, no superó a la del 13 salvo en los datos de Palacio Nacional.

 

La jefa de gobierno Claudia Sheinbaum se apresuró a presumir que la del 27 había concentrado a 1 millón 200 mil personas.

 

En sentido contrario, hizo eco a López Obrador, quien en tono de sorna comentó que los "conservadores", habían reunido sólo 60 mil.

 

La cuestión es que la primera movilización se celebró a lo largo y ancho del territorio nacional.

 

Y la segunda, sólo se concentró en la capital del país con severas críticas por el monumental acarreo y denuncias del uso de recursos públicos.

 

Una movilización de 2 millones de personas, es para prender los focos rojos de cualquier gobierno, máxime si se trata de López Obrador, siempre preocupado por su popularidad.

 

Este espacio publicó en días pasados que ninguna encuesta seria o conocida arroja el 70% de popularidad que presume el presidente.

 

Por el contrario, los sondeos que tienen apego a Palacio Nacional, no superan ni el 60%. Por ejemplo, Mitofsky lo tiene abajo del 59%.

 

La casa encuestadora de El Financiero registró en su última encuesta 56%; GEA-ISA en 52% y Oraculus, que promedia el resultado de todas lo coloca en 59%.

 

Más grave resulta en su cuarto año de gobierno, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, los padres del neoliberalismo supuestamente desterrado por la 4T, registraron índices de popularidad superiores a los del tabasqueño.

 

Salinas (presidente de 1988 a 1994), llegó en 1992 a una aprobación del 78% y una desaprobación del 12%.

 

Por su parte, Ernesto Zedillo (1994-2000), alcanzó una aprobación del 64% en 1998, con 30% de desaprobación.

 

Los panistas Vicente Fox y Felipe Calderón promediaron 55% y 54%, respectivamente; Enrique Peña Nieto, fue el peor con 24% de aprobación.

 

Es evidente que López Obrador no admite que nadie sea más popular que él, mucho menos que se movilicen 2 millones en defensa de la democracia.

 

El popular, resultó impopular. 


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