¡SOY SU MADRE!

Ma. An­to­nie­ta Co­llins

Des­de La Tu­na, Sin.- La ca­sa de la lo­ca­li­dad de La Tu­na, en lo al­to de la Sie­rra de Ba­di­ra­gua­to, es­tá an­te­ce­di­da por el le­tre­ro del sal­mo 34:13 de la Bi­blia: "cui­da tu len­gua del mal y tus la­bios de ha­blar en­ga­ño. Apár­ta­te del mal, haz el bien, bus­ca la paz y sí­gue­la".

Es el si­tio don­de na­cie­ra y cre­cie­ra Joa­quín Guz­mán Loe­ra, quien en Es­ta­dos Uni­dos ha si­do de­cla­ra­do ene­mi­go pú­bli­co nú­me­ro uno y a quien la re­vis­ta "For­bes" ca­li­fi­ca­ra co­mo uno de los hom­bres más ri­cos del mun­do, pro­duc­to del nar­co­trá­fi­co.

Allá le lla­man el ca­po de ca­pos. Pe­ro aquí no es na­da de eso. Po­der ha­blar con la úni­ca ha­bi­tan­te de la ca­sa en lo al­to de la co­li­na que do­mi­na el po­bla­do de cin­cuen­ta ca­sas, es la asig­na­ción.

"Yo co­mo ma­dre siem­pre es­toy pi­dien­do por su bie­nes­tar de él y que re­cuer­de que yo co­mo ma­dre es­toy sin­tien­do lo que a él le es­tá pa­san­do pe­ro ten­go un Dios que me ayu­da y me for­ta­le­ce y me da las fuer­zas".

Aje­na a lo que fue­ra de La Tu­na se di­ce del ma­yor de sus 11 hi­jos, una an­cia­na bon­da­do­sa, do­ña Con­sue­lo Loe­ra viu­da de Guz­mán, pien­sa co­mo ma­dre.

"Les pi­do a las au­to­ri­da­des que me lo cui­den y que to­do lo que pue­dan ha­cer en bien de él lo ha­gan. Dios se los re­com­pen­sa­rá un día cuan­do Dios los lla­me a cuen­tas".

Mu­jer re­li­gio­sa que vi­ve de acuer­do a lo que pre­di­ca, do­ña Con­sue­lo acep­tó ha­blar con no­so­tros. En prin­ci­pio era só­lo una reu­nión con es­ta co­rres­pon­sal, pe­ro por un gol­pe de suer­te, de­sem­bo­có en una en­tre­vis­ta sen­ta­das ahí en la in­ti­mi­dad de su aus­te­ra re­cá­ma­ra au­sen­te to­tal­men­te de lu­jos.

-¿Có­mo se sien­te us­ted aho­ra? -le pre­gun­to, to­da vez que des­de el día de la rea­pre­hen­sión de su hi­jo tu­vo una su­bi­da de pre­sión ar­te­rial.

-Me sien­to bien, con­fío en Dios que él me lo pro­te­ja y co­mo di­go que to­que sus co­ra­zo­nes de esas au­to­ri­da­des que lo tie­nen de­te­ni­do y un día re­co­noz­can que ellos tam­bién tie­nen un Dios que les per­do­ne. Si él ha fal­ta­do en al­go o ellos es­tán equi­vo­ca­dos tam­bién que Dios los per­do­ne.

En la plá­ti­ca pre­via de ho­ra y me­dia, su co­ra­zón de ma­dre era el mis­mo de cual­quie­ra otra con un hi­jo en la cár­cel acu­sa­do de gra­ves de­li­tos.

-Us­ted me di­jo ha­ce un mo­men­to do­ña Con­sue­lo que uno co­mo ma­dre los cría, co­mo pa­dre los cría.

-Uno los cría y mien­tras que es­tán ba­jo su res­pon­sa­bi­li­dad de uno, uno sa­be, ¿ver­dad? ya que no de­pen­den de uno, ellos se sa­len a bus­car la vi­da en la ma­ne­ra que les crea me­jor y uno de ma­dre, pues, si ellos ha­cen bien o ha­cen mal, uno si­gue sien­do su ma­dre y ellos si­guen sien­do sus hi­jos.

Mu­jer de fe, re­li­gio­sa prac­ti­can­te de la Bi­blia cris­tia­na, bau­ti­za­da ha­ce 34 años en la Igle­sia Apos­tó­li­ca de la Fe en Cris­to Je­sús pien­sa y ora por su hi­jo to­dos los días con la es­pe­ran­za de su en­tra­da a la mis­ma igle­sia.

"Pien­so en que él tam­bién an­tes que sea tar­de se en­tre­gue al Se­ñor por­que ya pro­bó el mun­do, ya su­po lo que fue lo del mun­do y aho­ra que bus­que a Dios pa­ra que se­pa que Dios es el úni­co que lo pue­de pro­te­ger y ayu­dar en to­dos los pro­ble­mas".

Los va­lo­res son en­ten­di­dos en la ca­sa de do­ña Con­sue­lo. Ahí no se pre­gun­ta so­bre lo que due­le. Su si­len­cio y los ojos que se fi­jan en mi ros­tro dan a en­ten­der que la con­ver­sa­ción ha ter­mi­na­do con al­go que sien­te su co­ra­zón de ma­dre.



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