Nancy Grajeda
La Ciudad de México, admirada por el público externo que se ha creído las maravillas que cuentan de ella quienes la han gobernado, porque mencionar todos sus problemas, sería cómo aceptar que su trabajo como gobernantes fue deficiente y no fueron capaces de frenar la marginación, la pobreza, la falta de servicios básicos en muchas colonias, carencia de agua, una inseguridad creciente y transporte peligroso al borde del colapso, donde el deterioro del Metro es el ejemplo vivo de estos dichos, con varios accidentes que han cobrado la vida de usuarios.
Esta es la realidad reinante y, sin embargo, la vida sigue en esta ciudad, no se detiene, pues la gente corre para llegar a sus trabajos, los comercios abren sus puertas, miles de autos circulan por las calles y avenidas, con todo el bullicio que a esta ciudad caracteriza.
En la Ciudad de México, habitan más de 9 millones de mexicanos, con sus tristezas, sus historias, su vida, que tratan de sobrellevar a pesar del encarecimiento de esta, debido a las malas prácticas de quienes gobiernan la ciudad y el país mismo, que generan alza de precios en productos básicos, pero la meta es, sobrevivir.
Millones de historia, millones de vidas, entre ellas, la de niños y adolescentes que, en vez de ir a la escuela, hacer tarea o jugar, su preocupación deben concentrarla en salir a las calles diariamente a trabajar, formando parte del profundo y doloroso problema que desgraciadamente se ha vuelto parte del paisaje urbano, ignorado por cierto por muchos, a quienes les da igual que suceda, y por otros, los que creen que no pueden hacer nada para evitarlo.
Según la Encuesta Nacional de Trabajo Infantil, en la capital del país hay 59,469 menores en situación de trabajo infantil. Esta cifra es alarmante, pues representa infancias truncadas, vidas de pequeños teniéndose que enfrentar día a día con responsabilidades pesadas para su edad y viviendo tristezas y sinsabores que en su tierna infancia no deberían padecer. ¿Y qué hay detrás de todas estas vidas? pobreza, desigualdad, falta de oportunidades, familias disfuncionales.
En muchos hogares, sobre todo en colonias marginadas, el trabajo infantil se considera una forma de "salir adelante". En varias ocasiones esto sucede, no porque los padres quieran que sus hijos trabajen, sino porque sienten que no tienen otra opción. Y a esto se suma que la mayoría de estos menores recibe sueldos indignos: el 73.4 % gana menos de un salario mínimo y el 20.1 % no recibe ningún pago. Y, trabajan porque necesitan ayudar a su familia, porque en casa el dinero no alcanza, porque la comida a veces escasea o porque sus padres también enfrentan trabajos precarios e inestables. En fin, los pequeños pagando los platos rotos de un sistema ineficiente generador de pobreza.
La escena de niños vendiendo dulces, limpiando parabrisas, cargando cajas en los tianguis, o recogiendo materiales reciclables, se ha vuelto ya parte del paisaje urbano, muchos de estos rostros se muestran sonrientes, con la sonrisa propia de la infancia, sin embargo, qué tantas tristezas y cansancio no encerrará esa supuesta alegría, tantos sueños pospuestos, y derechos perdidos,
Los pequeños que tienen que laborar están perdiendo educación, salud, espacio para la imaginación, en fin, esto es una desestabilización en su desarrollo, con marcas que en la vida adulta muy difícilmente se borrarán.
El trabajo infantil no debe tratarse como un fenómeno aislado, sino que debe quedarnos muy claro que es la consecuencia de un sistema injusto, que trae arrastrando muchos más males que afectan la calidad de vida de los seres humanos: guerras, desigualdad, marginación, un semillero de pobres, mientras un puñado de ricos se enriquecen cada día más, y en México, la inseguridad, violencia, falta de empleos y los pocos que hay, mal pagados, servicios deficientes o inexistentes, falta de vivienda, y un largo etcétera, nos asfixian,
Ningún niño debería estar expuesto a riesgos físicos, jornadas largas, violencia o explotación. Y, sin embargo, miles lo están. Y la ciudad, con toda su modernidad y su energía, y sobre todo los gobernantes, mantienen una deuda enorme con ellos. Porque no basta con rescatar al pequeño que vive y trabaja en la calle, sino que es urgente cambiar las condiciones que los obligaron a estar ahí, y que hacen que cada día se sumen más niños a padecer estas condiciones tan tristes e inhumanas. Urge también un cambio de modelo económico, por uno más justo que ataque de manera profunda la raíz de estos problemas.
Sólo en ese momento podremos ver resultados y nuestra calidad de vida mejorará, y sobre todo la de nuestros niños, que merecen un presente y futuro mejor, ese debe ser nuestro compromiso.
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